4/18/2009

PALABRAS DEL PROFESOR

Hay veces que a los amigos o conocidos le pido que me digan cinco palabras a partir de las cuales siempre construyo algo. Unas veces sale un cuento, otras una microrelato, otras nada y otras veces dan para mucho. Aquí va el germen, provocado por unas palabras que me le pedí a alguien especial, de una novela, pues creo que hay para mucho, y que posiblemente algún día tenga... continuación. Espero que... os guste.


PALABRAS DEL PROFESOR

Le provoco un malestar muy grande la falta de lealtad del profesor a la palabra que le había hecho prometer.

Desde el primer momento que le vio se sintió atraída por él y eso que se apuntó a las clases un poco a regañadientes, pues no veía con mucho interés que un curso sobre restauración de muebles fuese muy útil, aunque esa idea cayó a un segundo plano, por no decir al olvido, en el momento en que el profesor entró en el aula y comenzó a dar su primera clase, previa presentación suya. De aspecto joven, muy probable que estuviese en pleno ecuador de la treintena, con una forma de vestir juvenil: pantalones vaqueros y camisa de cuadros, muy pequeñitos blancos y celestes; zapatos negros algo usados pero cómodos; un hablar suave pero firme mostrando seguridad sobre lo que explicaba.

Cuando por circunstancias de la vida se encontró con una soledad impuesta y no preparada para ella intentaba ocupar su tiempo libre de diferentes formas. Por las mañanas las dedicaba a las tareas domésticas, que ahora habían quedado muy reducidas al morir su marido y marcharse a vivir fuera de casa sus dos hijos, y por la tarde iba a cursos diversos: los lunes, miércoles y viernes a taller de Teatro y los martes y jueves a “Taller de Restauración de muebles”. Supo de este curso a través de un compañero de taller de teatro pero no le provocó un entusiasmo desmesurado, aunque pudieron las ganas de estar ocupada más que el curso en si. Pero como dije en las primeras líneas de este relato, toda duda quedo despejada al ver el profesor. Sintió algo diferente, una sensación nueva como un hormigueo que comenzaba con un temblor en las piernas y se asentaba en el estomago en forma de mariposas aleteando. Fue la última en abandonar la clase ese día y todos los posteriores así como la primera en llegar. Su contacto con el profesor no fue muy directo, pero avanzó despacito como si hubieses planificado una táctica muy cuidada. Pero fue el día que él le dijo que era una alumna muy aventajada cuando se sintió morir, le temblaron las piernas, el cuerpo comenzó a sudar de forma desmedida, parecía sentirse centro de todas sus miradas… a partir de ese momento ella se mostró mas interesada, preguntaba cosas pueriles, incluso una vez le pareció que el profesor la miraba de reojo. Lo que la llevo a sonrojarse y pensar que se estaba enamorando del profesor.

Tenía cincuenta y dos años, una edad difícil. Difícil para todo. No era joven, no era mayor, ni tenía una vida con pasado propio sino dedicada al esposo y a los hijos. Pero no se aferró a la soledad que otorga cuatro paredes y la muerte precipitada del marido. Quizás las inquietudes que en su juventud tenía y que habían quedado postradas al olvido tras un embarazo no deseado, una boda apresurada y una partida hacia la ciudad con el fin de mejorar la vida, seguían vivas en algún hueco de su memoria y desoyendo a sus hijos determino no colocarse luto por el fallecimiento de su marido, no sentía la muerte de quién durante tanto tiempo compartió lecho, y le dio muchos sufrimientos. Decidió comenzar a vivir la vida, siguiendo las recomendaciones de su amiga Teresita, cuya amistad provenía de los primeros días que llegó a la ciudad, hace ya mucho tiempo, se apuntó a clases de teatro donde retomo la vida social, aunque de forma muy lenta y no sin ninguna que otra dificultad. Le venia muy hablar con gente, meterse en vidas ajenas, como ella decía “alquilaba sensaciones” por una tarde: reía, lloraba, sufría, saltaba… lo que al personaje de turno le tocase.

Pero el taller de teatro no era suficiente para ocupar su mucho tiempo libre.

Fue una tarde a la salida de las clases de teatro cuando coincidió con un compañero al andar en la misma dirección, le dijo si iban a tomar un café pues había quedado con su hijo y que ella conocía.

-¿Que yo conozco? –dijo con voz de asombro y duda a la vez

- Sí mujer, es Luis Alberto el profesor de restauración de muebles, del curso que te recomendé. Vamos a tomar un café. Anda mujer anímate.

Y comenzó a andar junto a él de forma automática pues por lado iba impulsada por las ganas de estar junto a un que hombre que le había hecho sentirse joven de nuevo y así como el hecho de verlo en lugar totalmente diferente al taller donde se impartía el curso.

Continuará

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