4/11/2010

PROTESTAS

Lo sabía, pero es como esas cosas que ves que no son como crees que son y les das otra oportunidad para comprobar que realmente no te estas equivocando.

Y así fue. Primero pasó cuando redacté una carta quejándome al presidente de la comunidad por el ruido de los bajantes. Tuve que reescribirla tres veces para que dijese exactamente lo que yo quería expresar.

La siguiente vez me ocurrió con un e-mail donde ponía verde al banco y le reclamaba una comisión que me había cobrado. Cuando terminé de redactarlo aquel no era el e-mail que yo quería escribir, que mis dedos estaban tecleando. Desistí reclamar los cinco euros de comisión.

La tercera vez fui totalmente consciente de ello el teclado escribía a su antojo. Intentaba escribir un e-mail de protesta al defensor del espectador. El teclado vomitaba palabras que no salían de mis dedos. Estaba a favor de los programas del corazón. No mandé mi queja.

Hice una prueba con un amigo. Le dije que escribiese algo desde mi teclado. Escribió lo que quiso.
El teclado era mi enemigo.

Volví a intentarlo, un e-mail protesta a la Comisión Europea del Ahorro Energético sobre los trastornos que provoca el cambio de hora. El teclado escribía todo lo contrario. Daba las gracias por tener una hora más de luz al día. Cerré el ordenador de un golpe y todo furioso.

Estuve sin abrir el ordenador varios días, había veces que lo miraba de reojo para ver si había algo extraño en él. Desenchufé el teclado, le quite el polvo, lo miré detenidamente, exteriormente todo era igual que siempre. Le dije algunas palabras cariñosas incluso lo acaricie.

Volví a la carga de nuevo.

En un e-mail protesta colectivo a todas las ONG para protestar sobre la evidencia del cambio climático el teclado volvió a hacer de las suyas. Daba datos para promover causas que incentivasen dicho cambio.

En un ataque de desesperación probé a escribir de forma contraria, a escribir lo que yo no quería escribir. Y así comencé a redactar un e-mail donde mostraba mi conformidad con el incremento de la comida rápida en los colegios. El teclado me daba la razón.

Grité de rabia, de impotencia,... tiré del cable que lo amamantaba de la placa base. Lo golpeé con la mesa, lo pisé, lloré.

Decidí comprar un teclado nuevo, sin dilación alguna. Envolví el antiguo en tres bolsas de basura negras y lo deposité en el correspondiente contenedor.

El nuevo teclado parecía ir a las mil maravillas. Redacté un montón de correos pendientes que tenía. La pesadilla parecía haber acabado.

Al día siguiente recibí un e-mail que decía “no te librarás tan fácilmente de mí”.

© Miguel Urda

2 comentarios:

Loli Pérez dijo...

Miguel, interesante este relato tan real que lo convierte en cuento, con la inclusión de un elemento fantástico.
Me gusta el final, que nos deja con intriga, y una posible continuación...

Felicitaciones.

L;)

Víctor dijo...

Está bien éste, Miguel. Le vas cogiendo el ritmo y tal. Sigue así, un saludo.