4/24/2014

Diario de una novela. A la palestra.

Una vez a la semana, durante este último trimestre del curso, tenemos una asignatura que se llama psicología de la creatividad. El nombre en sí ya resulta curioso, pues no hay rama de la vida o de la sociedad que la psicología no haya investigado y si a esto le añadimos algo tan peculiar como el acto de crear, pues... tenemos el binomio perfecto para aplicar al mundo de la literatura. Cuando descubrimos que esta clase significa aplicar la Terapia de Gestalt a los personajes de nuestros proyectos, nos quedamos un poco descolocados, sin saber muy bien en qué consiste dicha terapia y mis compañeros y yo nos sorprendemos cuando la profesora nos pide que arrinconemos todas las mesas contra la pared y coloquemos dos sillas en el hueco que han dejado. Y pregunta quién quiere salir. ¿Cómo? Y sin dejar tiempo a más preguntas manda salir a un compañero. Y es en ese momento cuando veo que mi compañero está en un escenario de un teatro cuyo público somos sus siete colegas y la profesora es la directora de la función. Le hace preguntas sobre su personaje, que se cambie de sitio y sea el personaje quien responde.
Ayer me tocó a mi salir a la palestra, hablar de mis personajes, con mis personajes y sobre ver cómo mis personajes me hacían preguntas y pedían justificaciones sobre ciertos hechos que transcurren en la novela. Y para qué negarlo, en esos momentos te sientes observado y los nervios actúan, pero para mí lo difícil no ha sido hablar de mis personajes, de la novela,... sino el efecto que deja la clase una vez acabada porque durante la clase yo soy el protagonista y estoy más pendiente de la profesora y de mis compañeros que de lo que ocurre en sí. Es al finalizar, camino a casa, cuando la cabeza se llena de preguntas. ¿Qué hay de autobiográfico en mi novela? ¿Qué personajes tienen más de mí? ¿Por qué quiero contar esa historia y no otra?...
Preguntas. ¿Cuántas preguntas me hago desde el trayecto de la escuela a mi casa? ¿Cuántas tienen respuesta? Es verdad que en toda novela, en todo relato siempre hay algo autobiográfico, pero está bien camuflado. Y en este proyecto no va a ser menos, en los tres personajes principales hay algo de mí, pero como he dicho antes están bien camuflado, sin embargo, hay un personaje que me ha costado más definirlo, buscar su sitio en la novela y que cómo característica especial es que le gusta la carne y el pescado. ¿Por qué tanta dificultad para construirlo? ¿Quizás porque conozco a alguien que le vayan esos gustos? Y directamente me digo,que no, que yo no conozco a nadie que le vaya la carne y el pescado, pero es en esos momentos de relajación mental o de un pensamiento descuidado, cuando me viene a la mente una imagen. Sí, ahora lo entiendo todo: la complejidad del personaje, esa caracterización tan difícil, las dudas que me acarreaba su creación.
Sí, la terapia tiene razón. Hay más de nosotros de lo que pensamos en la ficción -o creemos que es ficción- que creamos. En la novela no va a ser menos. Solo me dejo sorprender -una vez más- por lo juguetona y sabía que es nuestra mente.
© Miguel Urda. Texto
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4/06/2014

Diario de una novela. Rotulador rojo.


Los folios que voy escribiendo son una primera escritura, ya llegará el momento final de corregir la novela entera. No obstante, a veces no consigo reprimir el impulso de leer algo escrito días antes. Resulta difícil leer porque lo que me gusta en la primera lectura, en la relectura no me gusta. Igual que cuando he acabado el folio tal o cual y me parece que he hecho un trabajo aceptable, cuando lo he dejado un tiempo en reposo y vuelvo a leerlo me entran ganas de tirarlo a la papelera de reciclaje. Es la gran dicotomía del escritor. ¿Cuándo dar por bueno un texto?
Es algo sistemático, cuando cojo algo escrito por mí el rotulador rojo de punta fina también me acompaña. Me gusta marcar lo que veo extraño en el texto, lo que no me gusta, hacerle llaves, flechas, subrayados, anotaciones al margen, al pie de página... Cuando he acabado de leer un texto, queda muy poco del original. Supone un trabajo nuevo y no me atrevo a calificar si más o menos interesante que escribir la primera versión, pero sí que me provoca cierto optimismo el ver cómo los trazos señalados por el rotulador rojo significan una revolución en el texto y, por lo tanto, una mejora explicita en él.
© Miguel Urda. Texto

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4/01/2014

Diario de una novela. Desnudo.


Hoy en clase ha salido el tema de la desnudez en los diferentes campos artísticos, y ha derivado a si el artista crea mejor desnudo o no. Una compañera tuvo una etapa de pintora y ha dicho que sí, que hubo momentos en que la pintura le requería que lo hiciese desnuda y, es más, ella se sentía cómoda. No soy quién para juzgar o criticar tal hecho y más cuando yo considero el desnudo como una parte esencial de la sociedad. La cuestión es que yo no me veo teclear desnudo en el ordenador . Y para ser sincero, no lo he probado. Igual a la protagonista de mi novela le sienta bien que yo este así; o a las musas les da por hacerme un regalo y presentarse de forma continua. No reniego del desnudo, ni de la opinión de mi compañera y ni de mi profesor, pero cada uno sabe lo que le va mejor y yo... no me veo en mi terraza, sentado en la mesa de Ikea y delante del folio en blanco con mis atributos al aire buscando la inspiración. No señor. Cada cual tiene su forma y habito para escribir, pero yo desnudo... como que no me veo.
© Miguel Urda. Texto

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