3/08/2010

Cultura social -2ª parte-


Manolo, te lo vuelvo a repetir: podías haberme dicho algo, que yo estuviese preparada para la ocasión, pues yo te hubiese dejado suicidarte de todas formas. Por tu culpa, no he visto hoy a Karlos Arguiñano y, mientras a ti te maquillaban para ponerte guapo en este escaparate, he ido corriendo a casa, a programar el DVD para no perderme “Amar en tiempos Revuelto” y al Cantizano. Además, apenas me ha dado tiempo de ojear los suplementos de bodas y entierros de la revista Hola, que sabes que yo colecciono desde hace muchos años, pues por mucho que tu protestes eso es cultura social. Pero como tú nunca has sabido apreciar a una mujer como yo, te diré que no me ha hecho falta repasarlos mucho. Para que veas si estoy yo bien puesta en cosas sociales te diré que desde ahora, que son las diez de la noche, hasta las doce del mediodía que van a quemarte, aun me queda desmayarme como hizo la Pantoja en el entierro de su marido; me arrojaré a tus pies gritando con lágrimas vivas, “¡no te vayas, no te vayas!”, como hizo Carolina de Mónaco cuando enterraron al marido. Sí Manolo no pongas esa cara, el que se mató con el hidropedal y era muy jovencito. Y por último, tengo que dar las gracias a los periodistas como hizo Letizia con un pañuelo en la mano cuando se le murió la hermana, aunque tienes tan poca clase, que no ha venido ninguno a tu entierro, solo las cotillas del barrio.

Con este despliegue de dolor, seguro que no hay duda alguna de que todos entenderán que estoy destrozada por tu pérdida. Te lo he dicho más de una vez, Manolo, que el mundo de arte español se ha perdido una gran actriz conmigo. Mi madre me lo decía de pequeña: “qué teatrera eres, hija”. Y todo por tu culpa, Manolo. Que no quisiste que siguiera con mi vocación. Estoy segura de que, si yo hubiese seguido mi carrera, tendría por los menos dos o tres Oscar en mueble-bar del comedor.
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Ya me acuerdo, Manolo, del nombre, que me ha venido a la mente el nombre de la actriz: Lola Herrera. Qué gran actriz, qué gran mujer, porque hay que tener lo que hay que tener para hacer lo que hace ella: hablar cinco horas al mario en una silla y, cuando le pica el asunto, pues… Eso es una mujer, Manolo. Además no te digo yo que cuando me reponga de tu dolor haga igual, porque a mí más de una vez me ha picado… y… no te voy a contar lo que he hecho para aliviarlo, porque no es sitio ni momento.

Que tú me hayas hecho esta faena, Manolo, no te lo perdono. Que te quede bien claro. Y que sepas que hambre yo no voy a pasar, no, no, no. He estado pensado que mañana, una vez que haya descansado de este lio que has armado sin avisarme y cuando haya metido los pies en agua un ratito, me pediré en el restaurante de la esquina, sí ese, Manolo, ese que tu dices que es muy caro y donde las cervezas parecen oro líquido unas cigalitas y unos percebes y voy a descorchar la botella de riojita de reserva de los mundiales de fútbol del año 82 que guardabas para un gran momento. Y qué mejor ocasión que celebrar tu suicidio, porque yo, Manolo, a pesar de todo y aunque tú nunca lo hayas tenido en cuenta, tengo mucha clase.
© Miguel Urda

3/04/2010

Cultura social -1ª parte-


Manolo, esto que me has hecho no te lo perdonaré nunca. Jamás has tenido clase alguna, ni siquiera para irte de esta vida. Siempre has sido igual para todo, Manolo.

Estaba en la peluquería dándome el tinte cuando un agente de la policía nacional, seguido de una marabunta de cotillas entró preguntando por mí. Después del aturdimiento inicial comencé a llorar en el coche patrulla, pero no era de tristeza, no te lo vayas creer, era de alegría, y me iba diciendo por favor que no sea una broma; por favor, que sea de verdad. Y ha sido verdad. De buenas a primeras se te ocurre suicidarte, sin decirme nada. Manolo, que eres interventor de un banco, vas y te quitas la vida en el archivo, en medio de papeles, polvo y ratas en lugar de hacerlo en la caja fuerte, rodeado de billetes de quinientos euros. Ya que te suicidas, hazlo a lo grande, Manolo.

Estoy aquí delante tuya, porque tu hermana lleva mirándome de reojo todo el día, y esa mirada no presagia nada bueno, Manolo, no la quiero tener con ella. Yo soy una Señora con mayúsculas y no voy a meterme en fregaos con ella en la noche de tu velatorio. Bastante tengo yo encima con lo que acabas de hacerme, Manolo. Me he sentado aquí, en esta incómoda silla, apartada de todos, porque me he acordado de que en televisión echaron una obra de teatro donde una mujer se sienta a hablar cinco horas al marío que acaba de morir. Es una magnifica actriz lo que no me acuerdo es del nombre, aunque lo tengo en la punta de la lengua, es ésa que salió en televisión diciendo que, cuando el picaba el asunto, pues… se alquilaba a uno de esos que… vamos, a un puto, para qué dar más rodeos al asunto. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Mira si te conozco bien, que me estoy imaginando la cara que estarás poniendo estés donde estés conforme vas oyendo mi intensa charla interior que estoy teniendo contigo. Además, si es verdad, lo dijo en Salsa Rosa, que se buscaba a alguien para quitarle el óxido a su cuerpo.

Otra cosa, Manolo: ¿cómo se te ocurre suicidarte antes de irnos de vacaciones de Semana Santa?, Pues que sepas que la reserva del hotel en Chiclana está hecha y no sé si podrá anularse. Podías haberte matado a la vuelta, así, por lo menos, yo tendría algo de color y no que me ha pillado pálida total. ¡Ay!... para todo has sido siempre igual: muy desconsiderado conmigo. No has pensado ni un momento en mí. Y para colmo de males, la fecha en que se le ocurre matarse al caballero es a finales de marzo, cuando el tiempo está loco y una no sabe qué ponerse, pues no se sabe si va a hacer frío, si no lo va a hacer, si abrigarse mucho, si ponerse poca ropa… Mira que no avisarme, Manolo. Tú sabes que el negro no me favorece nada por muy elegante que sea y yo no tengo ropa negra. Si tú me hubieses avisado, o por lo menos, insinuado algo, pues yo voy al outlet del Corte Inglés me compro unos cuantos trapitos para la ocasión, que yo con este cuerpecito de princesa madurita que tengo a pesar de tener cincuenta y pocos años recién cumplidos, sabes que todo lo que me pongo me sienta bien. Aquí me tienes con un jersey negro de Zara de tu hija y mal peinada. Esto yo no te lo perdono, Manolo. Aunque antes me ha dicho Paquita, la peluquera, que igual puede hacerse una escapadita antes de abrir el negocio para darme unos arreglos en el pelo. Es un cielo esta mujer.

Continuará

© Miguel Urda

3/01/2010

Miedo, pero...

"Empezar una novela es meterse de lleno en un laberinto cuya salida siempre se esconde tras una cortina de dudas".

Mercedes Salisachs




De siempre la he tenido perfectamente localizada, una carpeta de color amarillo mostaza intenso, colocada en el último anaquel de una de las estanterías del cuarto del ordenador. Lleva mucho tiempo en ese sitio y ha habido veces que libros, papeles, revistas, etc. la han querido ocultar, pero siempre un pico, un borde,… intentaba sobresalir para recordarme su existencia.

Hace una semana me armé de valor y la cogí entre mis manos. Con mi irregular letra y un rotulador azul un día escribí “notas novela”. Me ha sorprendido su grosor, la imaginaba más delgada, aunque no son muchos los folios que realmente hay escritos, sino muchas notas, ideas, esquemas,…

Debo ser sincero y decir que me provocó miedo y volví a colocarla en el sitio de donde la cogí. Me puse a otros menesteres aunque en la cabeza no paraba de rondarme. En un acto de valentía fuí a por la carpeta de nuevo. Me senté en la mesa del comedor y comencé a leer folios, post it, cosas subrayas, a tomar nuevas notas. Estuve casi tres horas sin levantar la cabeza de los papeles.

Estos días he ido percibiendo como Lola, Álvaro y Ricardo –personajes principales de mi novela- han ido tomando la palabra otra vez. Han reclamado mi atención quizás porque saben que ahora estoy escribiendo de forma diferente, porque los nuevos conocimientos literarios que he adquirido tengo que aplicarlos y porque creen que ahora puedo expresar lo que quieren decir de una forma correcta.

Me he marcado un horario para intentar hilvanar todas las notas que tengo e ir dando forma a estos folios en forma de novela. Ya he pasado unas cuantas horas con el procesador de textos suprimiendo, añadiendo, corrigiendo, leyendo, releyendo, agregando, tachando… -¡bendito Word, que buen invento! Todo esto me produce inseguridad, miedo, dudas… pero me gustan las cosas difíciles y a ello que voy.

Igual próximamente vuelco aquí un trozo del primer capitulo, mientras tanto quiero compartir mi miedo con vosotros y espero que no pueda conmigo.

Os iré informando de los avances de Lola, Álvaro y Ricardo.

© Miguel Urda

2/21/2010

Despistes


Se había despistado y el tiempo había transcurrido más deprisa. Temerosa de enfadar a su padre, el Dios Neptuno, en su partida hacia su morada, en las profundidades marinas, perdió el lindo zapatito.

© Miguel Urda


2/14/2010

Como siempre...


Ahí llega, como siempre tarde.

Su demora diaria hace que me fije en ella. Cuando la clase lleva diez minutos comenzada hace su aparición. Con un gesto tímido pretende pedir perdón por la tardanza, -yo creo que lo hace aposta-, camina hacia su sitio al final del aula intentando no hacer ruido pero sus tacones la delatan desviando la atención de todos hacia ella. Llega el ritual de quitarse el abrigo de pieles y abrir el maletín. El profesor retoma la clase, dos minutos después se escucha la música de su ordenador indicando su apertura. Casi todos la miramos de nuevo y nos esboza una sonrisa profiden, repleta de satisfacción y felicidad. Es la única que utiliza portátil en clase.

He intentado analizar algo de ella, pero no puedo, sobrepasa mi capacidad. Más de un día me he preguntado, ¿que hace una mujer como tú aquí en un cursillo de literatura sin tener idea de literatura?

No hemos cruzado ni una palabra pero me has engatusado; esa forma que tienes de destacar en clase me ha vuelto loco. He cambiado mi sitio y ahora me siento en una fila posterior a la tuya, para poder verte mejor. Estoy toda la clase evadido. No sé que me has dado, eres el polo opuesto a mis gustos, pero me pones a cien. Desconozco absolutamente todo de ti, solamente sé una cosa, que escribes fatal.

Soy el único que te sonríe cuando haces preguntas que carecen de sentido. Estoy seguro que no te fijaste en la cara de incredulidad que puso el profesor cuando le preguntaste si había alguna rivalidad femenina histórica entre Dulcinea del Toboso, Caperucita Roja y Bridget Jones. O que ni te inmutaste cuando dijiste que tus autoras de cabecera son Corín Tellado y Bárbara Cartlan. Tampoco has reparado en los apuros que pasa el profesor cuando tiene que opinar sobre algo de lo que has escrito.

¿Para qué coño te has matriculado en un curso de literatura creativa si no tienes ni idea? ¿Esta de moda o qué?

Cuando te veo llegar pienso que eres una modelo publicitaria andante: el ordenador de Apple con los bordes dorados, el Ipod sobresaliendo del bolso de Loewe, la funda de las gafas de Cartier, que dejas encima del minúsculo pupitre, la pluma Mont Blanc y la agenda de Piel con un logotipo de Prada en su cubierta, etc., aunque no sé para que, pues después no escribes nada en ella.

He intentado cruzar alguna palabra contigo en el descanso, pero siempre estas con el iPhone al oído: que si no se que de los caballos: que si me ha invitado Carolina y no puedo ir a Mónaco; que no, Penélope, que no puedo asistir a los Goya, porque el cursillo de literatura me tiene absorbida por completo, besitos a Javier… Cuando retomamos la clase aún continúa al teléfono y de nuevo vuelve a entrar tarde en clase.

Desconozco porque te has apuntado a este cursillo, pero lo que es seguro, es que eres un personaje perfecto para una novela.

© Miguel Urda

2/07/2010

La extraordinaria e increible suerte de Federico Fernández Figueroa


A las 23:59 horas los medios de comunicación interrumpieron su programación para dar un avance de la noticia: había un único acertante de la lotería primitiva, cuyo premio ascendía a casi 683 millones de Euros.

En los programas matinales todas las televisiones fueron buscando la noticia y pisándoselas unas a otras. Le pusieron nombre al agraciado: Federico Fernández Figueroa. Unos decían que tenía cuarenta años; otros que cincuenta y dos; otros que era casado y tenía cinco hijos; otros que era viudo, y otros que soltero y sin novia conocida,… el cruce de información fue permanente. Fue el principal titular de los servicios informativos; se montaron programas debates a toda prisa; hicieron conexiones en directo, desde lo que parecía ser la puerta de su edificio, en un barrio de trabajadores de una ciudad cualquiera que intentaba sobrevivir a la Navidad.

A las cámaras de televisión se asomaba gente de todo tipo: personas que decían conocerle desde la infancia, le surgieron familiares que no estaban registrados en ningún libro de familia cercano a él y ni siquiera aparecían en la raíz de su árbol genealógico, incluso vecinos que no habían vivido en esa calle decían que era buena gente; los amigos del colegio comentaban que nunca fue un buen estudiante; surgieron compañeros del servicio militar, del trabajo…. Los carroñeros, perdón, los representantes de los bancos intentaban ocupar posiciones a la entrada del edificio para ser los primeros en ofrecer sus servicios al afortunado ganador cuando saliese por la puerta.

Era increíble la extraordinaria suerte que había tenido Don Federico Fernández Figueroa, ahora era Don Federico, al ganar la semejante cantidad de dinero con una sola apuesta.

A media tarde los medios de comunicación también interrumpieron su programación. La noticia era muy diferente: habían encontrado al ganador de la lotería primitiva muerto en su casa. Las televisiones volvían a retransmitir en directo: la llegada de coches de Policía, Ambulancias, el juez encargado de levantar el cadáver llegando en un auto negro y con los cristales tintados. De nuevo volvieron a cruzarse las noticias: que si había sido de un disparo; que si había probado el caviar y se había atragantado; que si su esposa le había matado para quedarse con el dinero, que si hubo una extraña visita,… todos los medios de comunicación aseguraban tener los datos más veraces, los más precisos, pero en el descuido de ser los primeros en contar las noticias nadie se dio cuenta que ese día era veintiocho de diciembre.

© Miguel Urda

2/01/2010

Bloqueo Mental


Mí querido amigo y apreciado editor:

Estoy totalmente convencido de que cuando cogió esta carta con sus manos y leyó quién era el remitente se forjó una opinión apresurada sobre lo que en ella va escrito. Y quizás no va mal encaminado, pero todo no es como usted piensa o al menos déjeme explicarle algo brevemente.

Si, ya sé que llevo algún retraso en la entrega de mi próximo manuscrito o novela, como usted quiera llamarlo, pero no me es fácil el desarrollar tan complejo trabajo. ¿Me creería si le digo que tengo a las musas de la inspiración de vacaciones? y mire usted que yo pongo de mi parte.

Como ya le he contado en anteriores cartas mantengo un ritual, planificado cuidadosamente para realizar mi labor. Tengo la mesa, de caoba encargada a propósito para la ocasión, colocada frente a la pared para evitar distracción alguna, que así sería el caso si la tuviese junto a la ventana; en la parte izquierda tengo los manuales de gramática, y la enciclopedia Larousse que usted tanto me recomendó comprar para disminuir mis posibles faltas de ortografía y resolver cualquier duda que me surgiese; a continuación y casi en el centro tengo tres cubiletes, el primero lleno con lápices Faber Castell, el segundo con plumas y bolígrafos de la marca Parker y el tercero con lápices de colores comunes para subrayar y destacar las ideas principales de las secundarias; y casi al final de la parte derecha, próximo al el borde que desemboca en el abismo para aterrizar en el suelo de mármol, se encuentra una lámpara, de estilo art deco, de escritorio para que ilumine las letras que iré plasmando. En un primer plano y cercano a mí tengo una resma de folios, Galgo de 90grm/m2, que son de un tacto casi áspero, pero que a mi gustan. En los cajones cercanos tengo guardados tres o cuatro paquetes más, por si son necesarios. Y así con esta planificación me siento en el confortable sillón giratorio para escribir cientos y cientos de páginas. Pero no hay manera alguna, mi querido amigo y editor: las musas no quieren hacer acto de presencia. Hay veces que las veo llegar y asentarse en mi mente y entonces me digo, ¡aquí están! y corro a sentarme sin dilación alguna delante del papel en blanco, seguro que me va a salir la mejor novela de caballerías que se ha escrito nunca, pero era una falsa alarma, ni una sola palabra fueron capaz de dictarme. Hay otras veces que la jaqueca que habita persistentemente en mi cabeza, y creo que son ellas las causantes de tal mal, es síntoma de que quieren decirme algo y de nuevo vuelvo a postrarme delante de la mesa. Ahora si, ahora voy a comenzar a escribir la mejor novela de amor que ojo alguno haya leído, pero todo es una aparente e ilusorio engaño, estimado editor, siempre andan jugando conmigo.

No se altere mi querido amigo. Mire si le conozco bien que le veo dando gritos, gesticulando y blasfemando sobre mí con la carta en mano mientras la lee. Estas cosas pasan a los artistas, a los genios y usted sabe que yo soy uno de ellos.

Hay veces que las musas me asaltan donde menos me lo espero y dejo todo lo que estoy haciendo. El otro día sin más, estaba en la casa de apuestas jugando mi lotería semanal, cuando las vi llegar y sin pensarlo dos veces deje todo y corrí hacia mi casa para que la inspiración no tuviese escapatoria, pero al tener lápiz en mano ya no estaban, y bien que me enfade, sabe mi querido amigo, porque creo que me hubiese salido una buena novela de género negro o de suspense.

Mire si le tengo consideración y aprecio, estimado amigo y editor, que por más que sea amigo íntimo de mi padre, no me duelen las duras palabras que usted vierte sobre mi y que circulan de boca en boca por las calles de este pueblo: que si no le adelanto nada de lo escrito; que si no cumplo los plazos de entrega, que si me he encaprichado en ser escritor a mis cincuenta años de edad; … En esta profesión es fundamental el factor sorpresa y seguro que me felicitara cuando reciba un adelanto de mi primera novela. A los escritores noveles nos ocurre esto, creo que soy víctima de una enfermedad que se llama bloqueo mental muy común en los miembros de esta dura labor.

Me ofende, en lo más hondo de mi ser, que usted pueda pensar que una profesión tan seria y sacrificada sea un entretenimiento casual para mí.

Atentamente:

Jacinto Osborne
Marqués de uvas-blancas
Olvenza, 24-10-1956
© Miguel Urda