6/17/2014

Diario de una novela. Capítulos.


¿Cuántos capítulos llevo escritos? ¿De cuántos capítulos debe constar una novela? ¿Tienen que ser cortos o largos? Evidentemente todas estas preguntas tienen una respuesta personalizada. ¿De cuántos capítulos consta mi novela? En un principio tenía planificados unos quince, de entre diez y quince folios -siempre hablo de la primera versión-, pero la realidad es otra y me están saliendo capítulos más cortos, de un promedio de cinco folios, por lo tanto el resultado final de capítulos va a oscilar entre veinte y veinticinco.
Escribir un capítulo es como escribir un relato independiente, pero sin que llegue a serlo, es decir, en cada capítulo debe haber un planteamiento, un nudo y un desenlace, y a la vez debe tener la semilla que provoque una serie de dudas e interrogantes para que genere el interés en el lector y continúe con su lectura. ¿Cómo debe escribirse un capítulo? En los talleres de escritura siempre te llenan de teoría sobre lo que debes hacer y no hacer, así como de los elementos de que debe constar un relato -en este caso capítulo-: no debe faltar una metáfora, un punto de giro en el argumento, una evolución en el personaje... Y yo estoy de acuerdo con la teoría, pero la teoría está hecha para no respetarla, pues de la misma manera que para cocinar una paella esta debe contener ciertos ingredientes indispensables, pero ¿qué pasa cuando falta uno o se cambian las judías verdes por los guisantes? La paella sigue siendo paella. Pues en la escritura ocurre igual. Me gusta saltarme las normas sobre lo que debe contener y no contener un texto, como por ejemplo agregarle dos puntos de inflexión, una metáfora de situación en el titulo, o agregar un epilogo de dos lineas para cerrar el texto. La creación es algo personal, de cada uno. Los talleres están para aprender unos conocimientos básicos pero después es uno mismo, en su posterior desarrollo, quién los utiliza para, como y cuando quiere.
© Miguel Urda. Texto
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6/07/2014

Diario de una novela. Hopper.


Ayer en clase nos han preguntado cómo nos imaginamos nuestro libro publicado. Ha habido respuestas de todo tipo, y es algo en lo que no había pensando hasta el momento. Sí sé qué editorial me gustaría que me lo publicase, pero ello no significa que me lo publique, bien porque no tenga calidad, bien porque no esté dentro de su línea editorial, bien porque.... A partir de ahí he ido formulándome preguntas sobre la cuestión, sobre el tema. ¿Cuántas páginas tendrá mi libro? Sé que hay una fórmula matemática que te multiplica o divide el número de palabras por el número de folios y te dice el número de páginas impresas de las que puede constar tu libro, pero no la recuerdo y no voy a perder el tiempo en ello. Tampoco me preocupa ahora mismo ni el tipo de letra, de papel, el tamaño. Lo único que me ha preocupado ha sido la portada. ¿Cómo debe ser la portada de una novela? Me levanto del ordenador y me voy a mi biblioteca y escogo varias novelas al azar, cada una de una editorial diferente. Las pongo sobre la mesa y las miro. Las hay de todo tipo: con fotos de familia, de paisajes, collages, cuadros impresionistas, abstractos, naif; mezclas de fotografías con dibujos y photoshop...Todas son diferentes pero a la vez todas tienen algo en común: hablan del libro.
Lo que sí tengo claro es que la portada de mi novela tiene que ser sencilla y atraer al ojo dubitativo que está buscando -o pasando el tiempo- entre las mesas de novedades de las librerías1. Tengo unn amigo dibujante-fotógrafo de mucha confianza y estoy seguro de que sabrá recoger mis ideas sobre lo que quiero que sea. De lo que estoy completamente seguro es de que no quiero una cubierta con un cuadro. Cada vez que veo una novela cuya cubierta es un cuadro de Hopper directamente la descarto de una posible compra. Es increíble el daño que se le está haciendo a este autor con tanto abuso de sus cuadros: Hopper para ilustrar una novela de a escritora de turno y que realmente no sabe lo que es una novela; Hopper para ilustrar que la presentadora de tele-astro, tele-cocina express o tele... no-sé-que ha publicado un libro; Hopper para ilustrar la reedicion de unos relatos ambientados en Estados Unidos. Por favor, seamos originales. Dejemos a Hopper con su función de mostrar la soledad de los personajes de un país, de una ciudad, de una habitación; dejemos a Hopper para contemplarlo e indagar en su pintura; dejemos a Hopper libre de responsabilidades sobre ilustrar otra obra de arte que no sea la suya. Pongamos la máquina de la mente a pensar para crear nuestras portadas, nuestra forma de ver lo que nos rodea, nuestra propia opinión de la vida que yo, mientras tanto no paro de darle vueltas a la cabeza cómo será la cubierta de mi novela.
© Miguel Urda. Texto
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1Permitame, lector, que no diga el porqué de esta frase. La explicaré en su momento.

6/01/2014

Diario de una novela. En el punto de mira.


Ayer estuve en la presentación de una novela. El autor, conocido; el libro, con una pinta suculenta –para hincarle los dientes cuando lleguen los días de relax en verano–; y el local, atiborrado de gente. Consigo un hueco de pie, casi al final de la sala. No me importa, no soy de los que gritan o hacen gestos a unos y a otros para hacerse notar y dejar caer sonrisas hipócritas sobre lo mucho que te gusta el autor. Hace calor y la presentación comienza con unos diez minutos de retraso. La mesa preside la sala y eleva del público al escritor, acompañado a su derecha por el editor y por otro escritor de la misma editorial a la izquierda. Comienzan a echar flores sobre la novela el editor y el escritor invitado, casi treinta minutos de alabanzas ininterrumpidas. Por fin tiene la palabra el autor de la novela. Comienza a soltar palabras y en ese momento me echo a temblar.Pienso en mi novela, en la novela que estoy escribiendo, la que no me deja dormir con tranquilidad, la que me acusa cada vez que miro al calendario cuyo punto y final queda lejos. Pienso en ella y en el día que tenga que presentarla. No quiero pensar en eso, pero soy consciente de que si estoy escribiendo es para que algún día se publique y de que antes de que llegue ese momento hay muchos pasos previos, como es la corrección final, la corrección gramatical, la búsqueda de editorial, que te den el sí... pero me pongo en el día X, en el día que tenga que estar sentado en el centro, como padre de la criatura que se presenta. ¿Qué pasará ese día? ¿Acudirá mucha o poca gente? ¿De quién estaré acompañado? Veo que el autor da agradecimientos a su familia, a su alumnos... Me entran escalofríos. El público. Ser el centro de atención durante ¿cuánto tiempo? Todas las miradas estarán puestas en mí. Debo ser sincero y decir que no me veo ahí, en una mesa similar a la de la última cena, acompañado de dos "cómplices". Miro al autor y veo que está cómodo y que las alabanzas de flores sobre uno y otro siguen. ¿Haré yo lo mismo? La gente aplaude. Yo de forma mecánica me pongo a hacerlo también. Estoy sudando. Busco la forma de escabullirme.
© Miguel Urda. Texto

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5/23/2014

Diario de una novela. 30, 50, 96.


Llevo escritos cincuenta folios hasta el día de hoy, pero escritos en plan bruto, es decir, con márgenes reducidos y llenos de broza que en una próxima relectura serán objetivo del rotulador rojo y del delete del teclado. Una vez hecha la primera limpieza del texto pueden quedar reducidos a treinta y cinco folios. De nuevo me entran las dudas: ¿llevo buen ritmo? ¿estoy contando lo que quería contar? ¿debo mirar constantemente si avanzo o no?
Cada miércoles en clase hablamos sobre el avance (y también sobre el retroceso) del proyecto de cada uno. Todos nos identificamos con la persona que no consigue avanzar; todos nos identificamos con la persona que esta atascada en el folio veintinueve y por más que intenta salir no puede; todos vemos con miedo que la fecha de fin de proyecto esta cada vez más cerca.
Tenga treinta y cinco, cincuenta o noventa y seis folios escritos, solo sé una cosa: no puedo permitirme el lujo de dejar de escribir. El calendario es mi peor enemigo.
© Miguel Urda. Texto
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5/17/2014

Diario de una novela. Punto y ...


Hoy he pensado en el día en que ponga punto y final a mi novela. Punto y final. Ahora mismo no me creo que llegue ese momento, pero sé que llegará. ¿Cómo es la vida después de haber estado conviviendo con una idea, con una trama, con unos personajes... durante casi un año y que de pronto ya no estén? ¿Quedará mi vida hueca? ¿Me sentiré un escritor huérfano? ¿Tendré el síndrome de la novela vacía? ...
Punto y final. Decir punto y final no es decir punto y final y todo se ha acabado. En el proceso de una novela -y creo que en los diferentes campos del arte también- se coloca punto y final para dar por acabada una primera versión del trabajo, para decir ya tengo hecho el gran boceto y ahora toca matizarlo, darle forma, pulirlo. Hay quien dice que lo que viene después de la redacción, del proceso de creación, es lo que menos le gusta o apetece hacer. Yo no estoy de acuerdo con ello. Sí que me costó trabajo aprender a ver mi texto de diferente forma, a dejarlo en reposo y volver a trabajarlo de nuevo, pero ese es el quid de la cuestión, ver cómo la idea toma el cuerpo apropiado, la redacción es más nítida, más cohesionada, más... es decir, como se aproxima a la idea original.
Sé que tendré mucho trabajo cuando ponga por primera vez PUNTO Y FINAL, pero estaré gozoso de saber que lo peor ya pasó, ahora solo queda disfrutar,porque en el fondo se disfruta del bolígrafo rojo y la reescritura para volver a colocar de nuevo PUNTO Y FINAL.
© Miguel Urda. Texto
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5/11/2014

Diario de una novela. Regreso.


Diez días después y mismo escenario. Málaga. Estación de tren. Ave. Todo parece repetirse. Gente que grita por el móvil para decir que ya está montada; gente que se sienta en un asiento que no es el suyo; la azafata repartiendo los auriculares; mi novela colocada, en la mesa plegable, junto al neceser naranja que contiene mis útiles de escritura. Nada. No la he tocado ni un solo día, ni para corregir, ni para repasar, ni para aumentar el número de los folios. Nada. Al llegar a casa la saqué de la mochila, la coloqué en mi mesa de trabajo y lo único que hice fue cambiarla de sitio para que no cayese en el olvido ante posibles invasiones de libros u otros papeles. Nada. ¿Me remuerde la conciencia? Sí. Debo decir que sí, si no mentiría, pero voy a excusarme. Son vacaciones y ya sabemos lo que esto conlleva: salidas, encuentros, risas, playa, copas de vino; hablar de cómo te va, de proyectos; acordarte de que tengo la novela esperando encima de la mesa, ... Me entran ganas de mirar la definición de la palabra en el diccionario de la Real Academia, pero ¿para qué? para justificarme aún más. No he hecho NADA y ahora me siento culpable.
El Ave llega a Córdoba. No he abierto ni una hoja de la novela, ni tampoco de la novela que me he traído para leer en el viaje. Vuelven a sonar los gritos para hablar por el teléfono móvil. Me coloco los cascos que me dio la azafata a la salida. Aislarme para no escuchar, pero ¿no escuchar el qué? ¿los ruidos de la gente mal educada o mi conciencia? Estoy enfadado conmigo mismo. Nada de escritura ni de lectura. Ya lo sé, son vacaciones, me digo, pero el calendario cada vez está más contento de ver cómo la fecha se va acercando.
Por el altavoz se anuncia que estamos llegando a Madrid. Guardo la novela y el neceser. Ahora toca deshacer lo que hicimos al subir en Málaga. Desvío el pensamiento a la nevera. No tengo nada en ella. Es un pensamiento cobarde. Ya lo sé.
© Miguel Urda. Texto
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5/01/2014

Diario de una novela. Ida


Ave. 7:35 AM. Destino Málaga. Diez días de ¿vacaciones? Me digo que sí, que son vacaciones de clase, pero no de trabajo, que el tiempo me apremia y no quiero mirar cómo las hojas de mi enemigo más acérrimo van cayendo cada día. Es el signo indudable de que esté pendiente de mí y que me recuerda cada momento que tengo un plazo por cumplir.
Ayer imprimí todos los folios que tengo escritos de la novela y le coloqué un canutillo para que tuviese forma de trabajo finalizado. Lo guardo en la mochila junto al neceser naranja donde van todos los utensilios de escribir. Tengo dos horas y media de tren. Voy sentado en ventanilla. Me gusta leer y corregir textos en el Ave y no es la primera vez que me llevo algún texto para corregir. Mi idea es dedicarme a leer lo que tengo escrito para comprobar si tiene cuerpo de novela y confirmar que voy por buen camino. Sólo pido que en el tren no vaya ningún mal educado que vaya hablando por teléfono todo el trayecto. Ya en el asiento saco lo que tengo escrito de mi novela. No he querido numerarlos para no obsesionarme en si llevo mucho o poco escrito. Comienzo a leer, pero enseguida saco el rotulador rojo y el fosforito. Mal comenzamos, Miguel. Me cabreo y dejo de leer. De reojo miro el folio escrito. Mucho rojo. Y no, no quiero volver a las dudas, a las interrogaciones... Vuelvo a retomar la lectura. Intento no levantar la cabeza de los papeles.
El Ave se detiene. Córdoba. La gente sube, baja, alguien pregunta si pueden ayudarle con sus maletas; gritos al hablar por teléfono para decir que han parado dos minutos; gritos para decir que ese es su asiento; gritos de niños por el pasillo; gente que quiere fumar; la azafata reparte auriculares y yo... en silencio, al igual que el tren retoma la marcha por las vías en silencio, retomo mi lectura también en silencio.
Un poco antes de llegar a Málaga acabo la lectura. El tiempo del viaje ha estado bien sincronizado. Velocidad y lectura. Esta vez no se me ha hecho eterno. Comienzo a guardar las cosas en la mochila. Ojeo los folios y sobresale el color rojo. Tengo mucho trabajo por hacer. Me consuela la idea de que también tengo diez días para ver las cosas de forma diferente, pero voy a seguir escribiendo, ya llegará junio y sus correcciones.
El Ave llega puntual y en silencio a su destino. La misma voz masculina de antes vuelve a gritar al teléfono para decir que ha llegado; una señora mayor me pide mis auriculares que no he usado; me llega un rayo de luz diferente, la luz de Málaga. Vacaciones. Diez días y una novela en rojo. Sonrío.
© Miguel Urda. Texto
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